martes, 24 de abril de 2012

Los pequeños Wadi Rum egipcios


Como esbozaba en el primer post de esta pequeña serie dedicada a la península del Sinaí, en Egipto, el aspecto de la orografía del Sinaí difiere bastante en el norte, centro y sur, donde se alterna en diferente proporción la dominancia de la arena y la roca. Son muchas las zonas donde se puede disfrutar de ambas, pero quizá la más plástica visualmente hablando sea la de aquellos paisajes que combinan la roca y la arena en las proporciones justas para dar un aspecto extraterrestre.



A lo largo y ancho de la península, repleta de wadis (grandes, medianos y pequeños, que de todo hay), proliferan estos panoramas mágicos de arena multicolor y afloramientos rocosos. Las faldas de las montañas del Gebel el Tih, Gebel el Igma, y la cordillera de cimas rocosas que se elevan en el vértice meridional del triángulo del Sinaí (con el Gebel Katherina y el monte Sinaí entre otras) son buenos ejemplos. Allí abundan estos pequeños valles que recuerdan al Wadi Rum jordano. Ya os podéis imaginar todo lo que cabe en un territorio de casi 60.000 kilómetros cuadrados.




Cuando el visitante se adentra en el Sinaí por alguna de las infinitas pistas que lo surcan pronto queda envuelto en este paisaje. Ya sea de camino a alguno de los templos del antiguo Egipto que se pueden visitar en el Sinaí, ya sea camino al monasterio de Santa Catalina o de cualquier otro lugar. Yo lo descubrí de camino al templo Serabit el-Khadim, erigido a Hator. Desde Abu-Zenima, a orillas del golfo de Suez, el camino se adentra en el desierto para quedar envuelto en estos paisajes fantásticos.



De hecho perderse por alguno de estos wadis puede ser el complemento idóneo a una estancia en la turística Sharm el Sheik o la manera mejor forma de aclimatación después de un día de buceo en el Mar Rojo, bajo cuyas aguas, por cierto, meteré la cabeza en el próximo post.

jueves, 19 de abril de 2012

El Cañón Coloreado del Sinaí


Aquellos días no sabía a ciencia cierta lo que me iba a encontrar. La fuerza del monte Sinaí y su subida centró toda mi atención y he de reconocer que al Cañón Coloreado, de inicio, no le presté la atención que luego demostró merecer. Después de recorrerlo, os recomiendo sin duda una visita a esta pequeña brecha en la arenisca del Sinaí.



No queda agua por ningún lado pero aquí la hubo y mucha. Hace millones de años el mar cubría esta península egipcia y se encargó de modelar un cañón espectacular. Con la retirada del mar, la lluvia y el viento continuaron el papel erosivo sobre la roca caliza y dieron como resultado el aspecto actual del cañón Coloreado.



Es un cañón corto, de unos 700 metros de largo, pero posee un tramo de espectacular belleza en el que las paredes alcanzan los 40 metros de altura y la garganta se queda en fisura. Recuerda en cierto modo al Antelope Canyon estadounidense. La variación cromática oscila entre el morado y el naranja según la hora del día e incidencia del sol. De ahí su nombre. Un sol que, por cierto, aprieta de lo lindo hasta situarse sin mayores problemas por encima de 40 ºC, así que igual que la ascensión al Sinaí se realiza de noche, la visita al cañón debe realizarse a primera hora de la mañana.



El Cañón Coloreado se encuentra cerca de la localidad de Taba y Nuweiba. Recorrerlo no lleva mucho tiempo pero os aconsejo paladear el cañón como merece, buscando sus tonalidades malvas en la arenisca, sus amarillos y naranjas y por supuesto también los fósiles marinos que incrustados en las paredes nos recuerdan el pasado submarino de esta fisura multicolor.

martes, 10 de abril de 2012

Del monte Sinaí a las arenas del Mar Rojo

Amanecer desde la cima del monte Sinaí.

Recién concluida la Semana Santa, inicio una breve serie de post sobre un lugar de referencias bíblicas. Lo que me ha traído hasta aquí no han sido los pasajes del libro sagrado sino, como siempre, la naturaleza. En realidad este viaje lo realicé hace unos añitos, unos cuantos, pero tenía ganas de recuperarlo y mostraros algunos de los parajes naturales más sobresalientes de un rincón fabuloso del globo: la península del Sinaí, en Egipto.

El Sinaí es territorio árido, dominado por un desierto arenoso en su franja norte y por la roca y abruptas montañas en el sur. En el centro confluyen ambos paisajes en un entorno que recuerda al Wadi Rum jordano.



Recorrí en profundidad el centro y sur de la península donde, se localizan enclaves naturales como el cañón coloreado, el monte Sinaí o el parque nacional Ras Mohamed, en el mar Rojo, entre otros muchos lugares.


La primera parada de la serie de post, por aquello de la proximidad de la Semana Santa, es uno de los principales atractivos del Sinaí. Se trata de la subida hasta la cima del monte en el que Moisés recibió las Tablas con los Diez Mandamientos. El monte Sinaí (2.285 m.) se eleva en medio de un conglomerado rocoso de rabiosa belleza, una belleza que cuando mejor se disfruta es al amanecer, momento en el que la roca adquiere un color naranja impresionante. Más tarde la fuerte insolación y la calima se encargan de corroborar que la mejor hora en la cima es la salida del sol. Para ello se organizan las subidas a pie por la noche. Comenzando a caminar desde el Monasterio de Santa Catalina (1.570 m.) de madrugada para llegar a la cima justo antes de que las primeras luces rasguen la oscuridad y el tremendo frío que hay en el desierto a esa altitud. Con el despuntar del alba, el paisaje se va contorneando poco a poco, ampliando el horizonte de montañas rocosas a la par que el naranja y el rojo parecen prender la roca. De ese momento han pasado 15 años, pero quedó grabado a fuego –nunca mejor dicho- en mi memoria y hoy lo rescato con gusto.


La subida a pie es algo dura, que no difícil, por un camino sin pérdida y que se abre paso por la roca de la montaña en compañía de muchos peregrinos y senderistas que dibujan un tren de linternas y frontales que bien recuerdan a la Santa Compaña. Casi en cada lazada del camino, los farolillos y lámparas de vendedores de agua, te y refrescos son una constante. También los camelleros, que ofrecen a los senderistas subir a la cima a lomos de dromedario. En total unas 3-4 horas hasta arriba y 2-3 para la bajada.


¿El premio? Uno de los mejores amaneceres del mundo, sobre un paisaje desértico de enorme fuerza; en un mar ondulado de montañas que se elevan por encima de los 2.000 metros de altitud, con el monte Catalina (Gebel Katherina) y sus 2.642 metros como máxima altura de la península.

A media mañana ya estaba de regreso en este precioso conjunto arquitectónico religiosos del s. VI que es el monasterio de Santa Catalina, y por carretera, me esperaba una tarde de relax en el golfo de Aqaba, donde, a lomos de dromedario fui coronado (o eso me pareció a mi…) una mezcla de Lawrence de Arabia y rey de Egipto. Que gran recuerdo y que gran lugar, con las arenas de las dunas egipcias y como telón de fondo las agrestes montañas de Arabia Saudí.

lunes, 2 de abril de 2012

Con los gorilas en el Bosque Impenetrable de Bwindi

En Bwindi vive la mitad de la población de gorilas de montaña.

Es el gran momento. El gran día. Eso por lo que uno ha venido hasta Uganda: la observación de los gorilas de montaña. Los diez días de safari están tocando a su fin y cómo no, he dejado para el final la visita a los gorilas de montaña. ¡Cuanto tiempo esperando este momento y cuantas cosas pasan por la cabeza previas al gran encuentro! Después de un sabor de boca agridulce en la última experiencia con los chimpancés, parece como si todas las esperanzas de éxito del grupo en este safari fuera ver o no ver a los gorilas. He ahí la cuestión, que diría algún personaje Shakespeariano. En realidad sabemos que los días vividos en los parques de Uganda han sido fantásticos, inolvidables, pero queremos ganar el partido con un gol por la escuadra. Cuando preguntamos a los guías la tarde antes sobre la posibilidad de ver a los gorilas no dudan: hundred percent!! hundred percent!! Las orejas se nos abren más que las de cualquiera de los enormes elefantes que he hemos visto en Queen Elizabeth. Estamos escuchando justo lo que queríamos oír y los ánimos se van a la cama a tope.



No es época de lluvias pero no cesa de llover durante toda la noche. A las 6,30 h. estamos listos para desayunar. Los nervios no dejan mucho hueco al hambre ni a la comida pero hay que desayunar fuerte ya que los gorilas, si los encontramos, pueden estar a 30 minutos… o a 6 horas montañas arriba.

Las montañas en torno a los 2.000 metros del parque nacional del Bosque impenetrable de Bwindi amanecen envueltas por la niebla. El espíritu de Dian Fossey parece querer ambientar nuestro día para ver sus gorilas en la niebla. Aunque a ratos, no cesa de llover. A las 8 h. estamos en el centro de recepción, donde además del pertinente permiso (500 $ por persona y día) se ha de presentar el pasaporte. Después del registro (acreditación) de cada visitante se imparte un corto briefing sobre el parque nacional y la situación de los gorilas de montaña en el mundo. Las normas de comportamiento cuando los veamos se reservan para el guía del grupo antes del contacto visual con los gorilas.

Bosque Impenetrable de Bwindi envuelto en la niebla.

En Bwindi viven 340 gorilas de montaña, casi la mitad de los existentes en el mundo, que se distribuyen por los montes Virunga entre los parques nacionales Virunga (Congo), los Volcanes (Ruanda), Bwindi y Mgahinga (Uganda). 200 de ellos  están “dedicados” al turismo y viven repartidos en 8 familias o grupos de gorilas: Habinyanja, Rushegura, Mubare, Bitukura, Oruzogo, Shongi, Nkuringo, Mishaya y Kahungye. Nos ha tocado el grupo Mishaya, que vive en la selva más meridional de Bwindi.

El silverback es el macho dominante. Tranquilo pero siempre atento...

Después de quedarnos atrapados en el barro arcilloso de la pista con el coche varias veces en plena época seca (¡¡cómo será esto en época de lluvias!!), a las 9,30 h. estamos en el punto de inicio del sendero. Allí nos esperan chavales que se ofrecen como porteadores (15 $). Los grupos están formados por un máximo de 8 turistas/día para cada familia de gorilas. Hoy en el nuestro somos siete, un guía, un ranger armado (por los elefantes de bosque), y pronto se suman dos porteadores más. Delante del grupo salieron a las 7 de la mañana los dos rastreadores que se encargan de localizar, en base a la posición del día anterior, a la familia de gorilas. Llevan una radio que servirá para guiar más tarde en este mar verde a nuestro cabecilla hasta la posición exacta de los grandes simios. Sin la labor rastreadora de estos dos rangers sería imposible localizarlos.

Ya me faltaba poco para llegar hasta ellos...

Comenzamos a caminar y sigue lloviendo. Pronto nos envuelve la niebla. Tras una hora y media de marcha y varias comunicaciones por radio con los rastreadores, finalmente salta la noticia más esperada: ¡han encontrado a los gorilas! A medida que la noticia se comunica de la cabeza a la cola del grupo, las caras de felicidad van cambiando como cuando se realiza una “ola” en la grada entre el público de un partido de fútbol. Una hora más tarde, después de avanzar en fila india por la “Bwindi” (significa oscuridad) de este bosque impenetrable, llegamos por fin junto a los rastreadores y los gorilas. El guía nos indica que hay que dejar en el suelo mochilas, bastones, agua, etc. todo excepto la cámara y lo que vayamos a necesitar (batería de repuesto, tarjetas de memoria). No se puede comer ni beber delante de los gorilas. No aguantar la mirada del macho dominante. No realizar movimientos bruscos ni hablar alto. Si el macho se acercara a alguien del grupo (cosa muy muy poco probable), hay que agacharse sin mirarle a los ojos y coger hojas y ramas del suelo para fingir comer en actitud de sumisión. Respecto a las fotos, no se puede usar flash. A partir de este momento el contacto con los gorilas está limitado a 1 hora máximo y no podemos acercarnos a menos de 8 metros. Otra cosa es que ellos se aproximen…

Los gorilas pueden estar a 30 minutos... o 6 horas montaña arriba.

Justo cuando dejamos las últimas mochilas en el suelo, la niebla desaparece para dejar lucir un sol espléndido. Ni en el mejor de los sueños. Los gorilas necesitan como nosotros las vitaminas del sol, así que después de un par de días de lluvia, el macho dominante (espalda plateada o silver back), un macho joven y una hembra con un bebé -cuatro de los doce gorilas que forman la familia Mishaya-, salen a una zona abierta del bosque y no dudan en tumbarse a comer y tomar el sol. Lo que sigue os lo podéis imaginar. O quizá no. Hay que vivirlo.


Importante: la observación de gorilas requiere de una forma física normal y no se permite a menores de 14 años. No olvidéis en el equipo una capa de agua, unos guantes para agarraros a la vegetación (hay ortigas) y unas polainas de las que se colocan en las pantorrillas y se sujetan a las botas para tapar los tobillos. En realidad es para impedir que se metan por dentro del pantalón las molestas hormigas rojas, que propinan inofensivos pero dolorosos mordiscos. Al inicio del sendero os dejarán un palo a modo de bastón que sirve de gran ayuda en el resbaladizo terreno.